2009-08-20

Y Dios le dijo:

“Bueno… ¿Abraham? Soy, Yavhé… sí, Dios Todopoderoso. Oye: ¿Ya sacrificaste a tu hijo?... ¡Ah, qué bueno! Es que estaba pensando que, sabes, ya va a ser mi cumpleaños y con un carnero que me ofrendes sería suficiente”.

Con toda seguridad para Abraham y otros notables barbones las crisis de fe eran motivo de risa, pues el mismísimo Dios les explicaba cómo, dónde y más o menos pa’ cuándo quería las cosas.
No que ahora, nos hacemos trizas tratando de adivinar cuál será su sacrosanta voluntad, cuáles sus designios y cuáles sus expectativas puestas en ésta, su más temeraria creación.

Sea cual sea la razón de ser del ser humano, no puede ser la de ser un ser desdichado.
¡¿Qué?!

Intento decir que la idea de que el sufrimiento, la privación y la ignorancia deben marcar la vida del hombre virtuoso es una vil y reverenda tomadura de pelo.

Ello, empero, tiene todo el sello distintivo de las creaciones del hombre.

Digo: para mí, sin ser creyente, carece de lógica trascendental que el presunto Creador de todo, del Cielo, de la Tierra y de Salma Hayek, tenga entre sus planes tener a más de la mitad de la población mundial viviendo en pobreza, y todavía le exija que observe un riguroso manual de conducta para ganarse la Salvación.

“Dios obra en formas misteriosas”, se nos dice y no es más que otro embuste para que no cuestionemos el statu quo.

Patrañas del hombre y sus instituciones, entre ellas la Iglesia Católica, cuyo papel en la historia (La Historia) se debate entre lo reprochable y lo ignominioso.

Para mí es sencillamente imposible abrazar una doctrina que me pide obviar las condiciones (por paupérrimas que éstas sean) del único plano existencial del que tengo certeza, si no absoluta por lo menos sí más que en la recompensa después de la muerte.

¿Está de verdad el Cielo reservado para los menesterosos?

No lo sé, yo por lo menos no le veo por ningún lado el mérito a ser pobre.

Existe, sin embargo, una corriente reformista al interior de esa pétrea montaña de cerrazón que es la Iglesia.

Se llama Teología de la Liberación y no es ninguna coincidencia que haya surgido en América Latina, continente cuyo devenir antes orgulloso se volvió de ignominiosa explotación con el advenimiento del cristianismo hace cinco siglos.

Tomado de Vanguardia Saltillo

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