De la Madrid impulsó aquella lucha por la “renovación moral de la sociedad”, precisamente después de que López Portillo, seis años antes, había proclamado a los cuatro vientos que para que México venciera sus problemas, era necesaria la participación de toda la población: “La solución somos todos”, era el eslogan de su campaña.
Pero la voz de Dios, que dicen que es la voz del pueblo, convirtió esa frase en una que reflejaba la vida diaria de casi toda la población: “La corrupción somos todos”, y MMH no pudo hacer nada para revertir a la terca realidad que confirmaba ese axioma.
La larga introducción viene a cuento porque en un estudio publicado ayer por Transparencia Internacional, México aparece en el puesto número 89 por su grado de corrupción en una lista de 180 naciones.
Otra vez un ranking internacional nos pone como Dios puso al perico: México obtuvo 3.3 puntos en el Índice de Percepción de la Corrupción, con lo que cayó 17 lugares en relación al sitial que ocupaba el año pasado.
El índice evalúa los países en una escala que va del 0, indicando elevados niveles de corrupción, al 10, con bajos niveles. Desde que la organización internacional comenzó a medir el grado de corrupción en el sector público, desde hace tres años, el país se había colocado en el sitio 72.
Pero ahora caímos y estamos muy lejos de Chile y Uruguay, los países latinoamericanos mejor calificados, pues ambos se hallan en el lugar 25, con 6.7 puntos.
Hay estudiosos que explican la aparente proclividad del mexicano a la corrupción hasta genéticamente, porque los conquistadores españoles que llegaron a México practicaban ese singular “deporte” con gran maestría y de entonces para acá parece que vamos de mal en peor.
La experiencia internacional enseña que para frenar la corrupción la mejor vacuna es la transparencia y la rendición de cuentas. El Gobierno y los legisladores federales acaban de aumentar los impuestos a la ciudadanía, pero sin la solvencia moral que haga que la medicina sea siquiera digerible… y por si fuera poco, ayer cambiaron las reglas de rendición de cuentas y suprimieron obligaciones a los estados para comprobar el destino de los recursos que recibirán con el nuevo Presupuesto de Egresos.
¿Con esas decisiones vamos por el camino correcto para combatir la corrupción o, como decía la sabiduría popular, todavía “la corrupción somos todos”?
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